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SPARTATHLON 2022 – DIMACK REYT

Ha pasado más de un mes de mi regreso de Grecia y este fin de semana participé de una carrera, por primera vez, desde el Spartathlon. Fueron 15km que me llevaron una hora y veinte, confirmando que el tatuaje cicatriza más rápido que los músculos.

Mi historia con el Spartathlon comenzó allá por el año 2012 cuando me relacione con unos corredores que conocía de distintas carreras. Si bien yo había corrido algunas maratones e incluso un par de Iroman, ellos ya habían corrido ultras de 100km y fue justamente de ellos que escuché por primera vez la palabra Spartathlon. Consolidamos el grupo y la amistad, corrimos algún ultra de montaña y en el año 2016 mis primeras 6hs de ruta en la ciudad San Pedro.

Ya no hubo vuelta atrás.

El Spartathlon se volvió el objetivo en mi mente y me llevo 3 años lograr la primera clasificación corriendo en una carrera de24hs pero lamentablemente dicha clasificación luego la perdí con el sorteo y la pandemia. En octubre del 2021 volví a lograrla y luego de pasar por la angustiante lista de espera, el 25 de mayo me llego el mail con la noticia de que sería por fin de la partida. Desde ese momento, además de ajustar con mi entrenador los entrenamientos y la preparación física, me aboque a un aspecto que creo que fue fundamental para conseguir terminar esta dura prueba en tiempo y forma.

Me dedique a ver videos, leer y releer crónicas. Arme planillas comparando tiempos y ritmos de otros finisher con los que podía compararme. Sabiendo que ya pasados mis 53 años y con mis antecedentes como corredor llegaría con lo justo, no podía fallar en ningún aspecto de la logística, la alimentación y la hidratación durante las 36hs. Así fue que escribí y estudié de memoria las distancias y los tiempos de corte de los PC que tomaria como referencia, los ritmos, las paradas, lo que encontraría en cada una de las 6 bolsas que enviaría a los puestos. Una bolsa por cada maratón en la que organice mi carrera.

Con todo esto en la cabeza, llegue a Atenas el domingo al mediodía, con la intención de tener tiempo de adaptarme al clima y el cambio de horario, además de hacer algo de turismo. En un hotel del centro nos encontramos con Javier y Sergio, otros dos corredores argentinos. A pesar de largas caminatas turísticas y de evitar la siesta, me fue muy difícil conciliar el sueño. El nivel de ansiedad era muy alto y sumar horas de desvelo me tenía más preocupado aún. El martes por la tarde llego Karina desde Paraguay y el miércoles nos trasladamos juntos a Glifada a ocupar los hoteles que nos asignó la organización.

A los argentinos nos tocó el Oasis, epicentro de la carrera, allí tuve el lujo de conocer personalmente a figuras de nuestro ultra, como son Nicolas, Patricia, Pablo y Virginia. Estrellas al alcance de la mano que gentil y amablemente nos brindaron su luz. Llego la hora de la acreditación, ese trámite donde recibimos el kit con el número de corredor, el chip de control y se firman algunos papeles. Mientras lo hacía me invadió una creciente sensación de emoción, miedo, excitación y añoranza, al ver que por fin estaba dentro de la carrera por la que tanto había esperado. Salí al patio trasero del hotel buscando un rincón solitario en donde me senté a llorar desconsolado. Javier y Sergio se acercaron y se sentaron a mi lado sin decir palabra, respetando ese momento tan personal y emotivo.

Pasado aquel momento tomamos unos mates y a partir de allí fue todo calma y tranquilidad, una especie de desahogo que permitió que esa noche durmiera bien y de un tirón, al igual que la noche del jueves previa a la largada. Cuando el viernes por la madrugada bajamos del micro en la zona de la largada, me encontraba en paz y tranquilo como nunca antes en otra carrera a pesar de que estaba en la salida de la carrera de mi vida.

Disfrute mucho ese momento, gente de más de 50 países reunidos con el mismo objetivo, locutores hablando en cinco idiomas, fotos abrazos y el ansiado disparo de salida.

Había llegado la hora de la verdad.

Partimos antes del amanecer a las 6:45hs del viernes. Este año nos regalaron 15 minutos debido a que en algún lugar (que nunca supe cuál era) había unas reparaciones en el camino y se agregaron al recorrido unos 1400 metros, como si 246km no fueran suficientes. Desde los pies de la acrópolis fuimos tomando distintas avenidas que nos sacaban del centro de Atenas en dirección al puerto de Pireus. Mi plan era correr una hora y media o dos en forma continua y luego alternar 12 minutos de trote por 3 minutos de caminata. Buscaría tener un ritmo promedio de 6:10 a 6:20 el kilómetro los primeros 80km. Apenas comenzó a amanecer la temperatura subió y el calor se hizo sentir fuerte desde temprano y a los 20km sentí necesario mojarme, ponerme hielo para controlar la temperatura. En esta edición el calor fue determinante y provoco más abandonos que de costumbre. Yo seguía con mi plan y tomaba dos o tres vasos de agua en cada puesto, recargaba las botellitas del chaleco y me ponía hielo dentro de la gorra (a veces también dentro de las mallas sobre los cuádriceps).

Temprano durante algunos kilómetros corrí cerca de Sheila, nos pasamos algunas veces hasta que dejé de verla. Un poco más adelante entrando a Elefsina alcance a Nicolás Kierdelewicz, íbamos pasando la zona de las refinerías, por el gusto y entusiasmo de correr con él deje de lado algunas de las caminatas. Antes de llegar a Megara se fue adelantando y ya no volví a verlo hasta el CP22. En Megara se cumple el primer maratón que pase en 4hs y 18 minutos. Allí me esperaba la primera bolsa de donde saque la dosis de recovery (lo prepare y lo tome), puse más geles en la mochila y seguí por una ruta que empezaba a bordear el mar. Creo que esa es la zona más linda de la carrera por las vistas que ofrece. Las constantes subidas y bajadas hacían que de tener el mar casi al lado nuestro, lo viéramos en pocas cuadras desde unos 50 o 60 metros de altura. Un mar de un azul inolvidable.

Allí el plan de trote por minutos cambio por uno dictado por las pendientes. Pero la lucha no era esa sino contra el calor y la deshidratación. A las 6hs de carrera todavía no había orinado nada así que forcé la ingesta de líquido en cada puesto y cuando al fin lo hice tuve una clara señal de que la cosa no iba bien, un chorrito color Coca-Cola. En las dos mesas siguientes pedí una botella de litro y medio de agua y las tomé enteras, la cantidad de sal que tenía sobre la piel parecía arena. Continúe tomando mucha agua hasta que note las manos hinchadas, las capsulas de sal que tomaba (de a dos por hora desde el medio día) y los geles no estaban siendo suficientes. Estaba hiponatrémico y si no lo corregía pronto estaría fuera de carrera.

Decidí comenzar a comer sal a puñados que sacaba de saleros que había en las mesas, lo seguí haciendo hasta el último CP. En el kilómetro sesenta, aproximadamente, me sorprendió alcanzar a Javier. Me cuenta que venía sufriendo calambres en los gemelos, hablamos sobre el calor y la hidratación, avanzamos juntos un rato pero después no quiso seguir mi ritmo. Yo creía estar dentro de los planes así que seguí como lo venía haciendo. Unos kilómetros más adelante me alcanza Patricia Scalise quien según sus propias palabras “entra en una de sus muertes” y se queda. Después me vuelve a alcanzar sobre la pasarela que cruza el canal de Corintos, me pega un grito, freno y sacamos unas fotos.

Este es uno de los momentos emotivos de la carrera ya que el canal marca uno de los hitos del Spartathlon. Llega el Sergio el Zurdo y terminamos de cruzar juntos, a la salida de la pasarela estaban Alejandra (otra corredora argentina que había salido de carrera) Marcelo y Marta alentando nuestro paso. Llegamos a CP22 en el kilómetro ochenta y el Zurdo me recuerda que ahí teníamos que comer, eran las 15:30hs y llevaba unos 50 minutos por delante del tiempo de corte. Tomé un descanso de unos diez minutos, comí un buen plato de pasta y mi dosis de recovery sentado en una silla a la sombra. Desde allí vi que Nico, Pato y el Zurdo salían del CP22 pero yo no estaba listo para seguirlos y ya no volví a verlos. Desde allí seguí solo por un camino rural flanqueado por olivares y su riego artificial, quintas, plantaciones y el siempre presente sol. Paso la plaza de antigua Corintos y sigo alternando trote/caminata según las pendientes, iba pasando la tarde y me sentía bien. salían de la escuela unos chicos que nos acercaban cuadernos para firmar y me paro a firmar algunos.

A eso de las 18:20hs paso por el kilómetro 100 en 11hs 30min, casi una hora delante del corte. A partir de allí comienza una fuerte subida hasta Nemea pero sin embargo no tengo de esa etapa ningún recuerdo claro, lo note después de la carrera, viendo algunos videos de esa zona la cual me pareció completamente desconocida. De alguna forma alcance el CP35 en el kilómetro 124 donde tenía remera de mangas largas y campera cortaviento. Me las puse sin registrar la acción, si hubiera estado más lucido me habría dado cuenta de que no hacía falta tanto abrigo. Seguí y en algún lugar antes de llegar a Lyrkia me alcanzaron Javier y Alejandro. Su compañía me despertó y seguimos corriendo juntos, Javier venia vomitando desde temprano sin encontrar solución. Ale marcaba el ritmo y nos invitaba a “tirar un poquito” cada vez que la pendiente nos permitía trotar. Al día de hoy no recuerdo con seguridad si me quede dormido en algún puesto de control o si camine medio dormido muy lentamente por aquellos momentos, me inclino más por esto último. Fue un tramo muy malo que me llevó más de siete horas avanzar 45 kilómetros.

 Llegamos a Kaparelli que es un pequeño pueblito antes de las subidas en zigzag que llevan a la base de la montaña. Allí tomé tres vasos de sopa de arroz y fue la última vez que estuve sentado. Llegando al puesto de control de la base de la montaña, algún lugar oscuro aparece Pablo que me saluda, me alienta, me avisa que voy 18 minutos delante del corte y me empuja hacia arriba. A poco de entrar en la senda de subida me pasa Alejandro y no pude seguir su ritmo de subida. De a poco termine la subida y la pase bien, bastante más duro fue bajar ya que era un camino de mucha pendiente cubierto por pequeñas piedras que rodaban bajo mis suelas y los cuádriceps muy cansados para frenar hicieron que terminara sentado en el suelo dos o tres veces. Quise parar en el puesto de control que marcaba la salida de la montaña a sacar piedritas de las zapatillas pero al verme una persona del CP, en tono serio y señalando su reloj me dijo: “keep moving”. Solamente llevaba 12 minutos delante del corte.

Allí en ese momento largaba mi tercer “carrera” que ahora seria contra el reloj. Tenía mucho, mucho sueño quería sentarme a descansar pero ya no había tiempo para ese tipo de lujos. La carrera me estaba mostrando los dientes y no era tiempo de asustarme. Estaba en la carretera solo, me gritaba “despertaté” y me daba cachetazos en la cara para no dormirme, cosa que funcionó y poco a poco me fui despertando. Me repetía una y otra vez que no me iba a entregar, que ese era el momento de recuperar tiempo, ya que pronto llegarían otra vez duras subidas. El Spartathlon me estaba mostrando sus cartas y si quería ganar tenía que gritarle la falta aunque solo me quedaran dos negras.

Pase Nestany sin mirar para el costado, en ese tramo adelante a un yanqui grandote y a un corredor finlandés. Un poco más adelante leo en el dorsal del corredor que iba delante de mío un nombre que me suena conocido, reconocí en su pierna el tatuaje de la Philipides run. Era el corredor griego Georgios Panos. Corrimos un rato juntos y luego sin querer lo deje atrás. Alcanzo el CP60 dejo la ropa de abrigo que traía colgada en la mochila, me pongo mangas cortas, preparo el recovery y antes de continuar veo que tenía 20 minutos sobre el tiempo de corte, algo había mejorado. Llegan otra vez las fuertes pendientes y el calor había vuelto a ser abrazador. Seguía metiendo sal a puñados y todo el líquido que podía. Lo último solido que había comido fue la sopa de arroz de Kaparelli. No sentía hambre, solo sed.

Dejo atrás Tegea la ruta sigue subiendo fuerte en busca de la famosa autopista, alternando pendientes muy marcadas con pequeños rellanos. La marcha forzada de las subidas me ponía los muslos al rojo vivo y cuando la pendiente aflojaba quería descansar, pero llevaba bien grabada una advertencia de uno de los tantos relatos que había leído sobre la carrera. Era el relato de un español que decía: “Si en el segundo día de carrera te encuentras caminando en los llanos o en bajadas, estas fuera”. Ni bien podía cambiaba la marcha por el trote y aunque los primeros pasos de trote me dolían lo indecible, una voz dentro mío me decía convincente, que así debía ser, que si estaba corriendo esa carrera tenía que doler, que estaba incluido en el precio.

En determinado momento tome conciencia de que estaba en terreno desconocido, nunca antes había corrido más de 186 kilómetros y estaba a punto de llegar a los 200. Lo festeje solo con los puños levantados. En pleno festejo solitario me alcanzó Javier Zannino (corredor argentino) o lo que venía quedando de él. Había seguido con vómitos y sin poder comer, no sé de dónde sacaba fuerzas para seguir avanzando pero lo hacía. Íbamos a la par pero sus movimientos eran muy descoordinados. Cuando llegábamos a un CP se derrumbaba sobre las sillas y su estado me preocupaba. En Atenas nos habíamos prometido llegar a Esparta o caer desmayados en la ruta. En el CP69 a menos de veinte kilómetros del final Javier quedó tendido en un banco al cuidado de los paramédicos que había en ese sitio. Seguí solo y al rato una familia de EE. UU me cuenta, desde su auto, que a mi amigo Javier se lo había llevado una ambulancia.

Pasado el kilómetro 220 cuando pensaba que ya solo me quedaba bajar veo una curva a la izquierda que sabia fuerte, no lo podía creer, miraba para los costados buscando una bifurcación que bajara pero no, volviamos a subir. En esa zona converse con Martin, un atleta checo y con Iván, atleta de Bélgica a quien conocía del hotel. Ahora si eran solo bajadas aunque bajar ya no representara un alivio, bajar también dolía. Reconocí con alegría un CP, luego de una curva, que se encuentra en una estación de Shell a solo diez kilómetros de la llegada.

Un rato más tarde estaba cruzando el puente sobre el rio Evrotas, que sirve de entrada a la ciudad. Al otro lado del puente se llega al CP74, donde por lo general allí se deja la bandera y alguna remera con la que se quiere hacer la llegada. En ese puesto me detuve para hacer ese cambio y dejar allí el chaleco con las botellas y comida que por fin ya no iba a necesitar. Lo que no tuve en cuenta, ni si quiera me acordaba de su presencia, fue que con mi mochila quedaba también en ese puesto, el GPS de control. Quedó allí con baterías nuevas ya que una asistente me había parado en el CP70 y me las había cambiado.

Parece un detalle menor pero esa distracción generó un momento de desconcierto y preocupación entre los grupos de amigos y familiares que me seguían en argentina. Mi señal se había detenido abruptamente a menos de tres kilómetros de la llegada. Pensaron que me había desmayado allí o aun algo peor. Que era imposible que por una cuestión menor dejara la carrera en ese momento. Leyendo después los mensajes entre los integrantes de los grupos, vi que estuvieron unos cuantos minutos muy asustados . Por suerte pronto vieron la transmisión en vivo que mostraba mi llegada y respiraron aliviados. Cosas, pros y contras de la tecnología. Por último agregar que a pesar de estar lejos y ser la carrera más dura que corrí en mi vida, siempre sentí que estaba a la altura de las circunstancias. Tuve siempre pensamientos positivos y auto alentadores. Puedo decir que salvo algunas horas de la mañana del sábado, disfrute la carrera enormemente. Solamente en algunas horas de la mañana del sábado tuve que pelear los kilómetros, obligarme a seguir.

Un par de calles, un par de curvas y estaba en la avenida final.

No tengo las palabras justas para describir el torbellino de sensaciones, euforia, alegría, emoción, orgullo y podría seguir. El público que a pesar de las horas y de ser ya casi los últimos en llegar seguía alentando y felicitando nuestro arribo. Gritaban bravo pero pronunciado las dos veces con v y creo que no voy a olvidar nunca el sonido de esa palabra. Había imaginado que esas últimas calles las haría caminando para grabar más momentos pero no pude. Lo que quedaba de fuerza dentro mío me puso a correr. Me acompañaban Pablo con su cámara, Marcelo que me acerco una bandera argentina y Karina sacando fotos.

No pude contener el llanto.

Subí los tres o cuatro escalones y me encontré cara a cara con Leónidas, ese encuentro con el que había empezado a soñar cinco años atrás. Toque sus pies y los bese como marca la costumbre espartana.

Tarea cumplida, cinco años de preparación, 246 kilómetros de carrera resumidos en un instante que será eterno. Nada importante, nada que nos llene de orgullo se logra de un día para el otro, como dice una canción, tarda en llegar y al final, al final hay recompensa.

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