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MI HISTORIA EN LA BR135+ – GONZALO FRIAS.

Gonzalo Frías es un atleta argentino, que posee una conexión especial con la dura carrera de ultrafondo brasileña BR135+. Algunos datos de este atleta: Fue el primer argentino en completarla y es el argentino que más veces ha sido finisher. También es el atleta latinoamericano (no brasileño) que más veces ha completado la carrera de forma consecutiva.

La historia de Gonzalo en esta durísima ultra de 217km merece ser contada, por eso hoy les presentamos el primer capítulo, de una serie de cuatro crónicas, con todo lo que ha vivido este atleta argentino en todas las ediciones, de la BR135+, en las que ha participado.

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Por: Gonzalo Frias.

Prólogo.

La Brasil 135 millas es un desafío personal sin comparación con ninguna prueba de ultra endurance. Según su mentor Mario Lacerda, completar esta prueba, por las prolongadas, pronunciadas e interminables pendientes, equivale a subir y bajar el monte Everest. 

El mes de Enero, pleno verano en Brasil, le agrega el condimento de correr con un calor intenso por las elevadas temperaturas y humedad.

La modalidad non stop termina por convertirla en un complicado reto donde sólo la férrea voluntad de finalizar la prueba permitirá a los atletas arribar a meta después de correr 217 kilómetros durante 2 días y noches por los morros de la Sierra de la  Mantiqueira en el Estado de Minas Gerais. 

Estas crónicas intentarán contarles cómo un grupo de aventureros de los más variados países intentamos desafiar los complicados recorridos del «Camino de la Fe» en un lugar de ensueño con tierra roja y frondosa vegetación plagado de pequeñas iglesias en medio de lugares selváticos y montañosos que serán un viaje en el tiempo.

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CAPITULO UNO – AÑO 2008.

DERRUMBARSE A LAS PUERTAS DEL PARAÍSO.

Tras completar en el año 2006 la tremenda Maratón des Sables -que significa arenas en francés- en el Desierto del Sahara marroquí, creí que podía vencer cualquier desafío como el de la BR135 que se me planteó por el mes de enero del año 2008. Grueso error. Esta prueba es incomparable por el tipo de circuito con subidas interminables, el extremo calor húmedo, la gran distancia a completar en 2 días y noches y la necesidad de contar con equipo de apoyo (acompañante a pie y motorista) por su modalidad non stop. Esa combinación de factores la vuelve compleja, difícil de ejecutar y finalizar, para nosotros los extranjeros que no conocemos el complicado circuito que si bien está bien señalizado, posee algunos tramos donde es fácil desorientarse y más aún avanzada la prueba por el agotamiento propio de la acumulación de kilómetros en poco espacio de tiempo.

Para acometer exitosamente un desafío tan singular como éste, se requiere contar con un equipo integrado por un pacer y un motorista. El primero es un acompañante a pie durante algunos tramos de la travesía, especialmente en horas críticas como la noche y madrugada en que los sentidos comienzan a jugarnos una mala pasada fruto de la falta de sueño y el cansancio pudiendo llegar a sufrir incluso ciertas alucinaciones. El segundo también resulta indispensable porque en su vehículo llevará fundamentalmente buena parte de la comida y de la bebida que el competidor irá consumiendo a lo largo de la extensa marcha.

En mi caso particular, esta necesidad de equipo sólo la entendí una vez realizado mi primer reto en aquel año 2008. Para ese entonces “mi team” lo conformaba en solitario mi esposa Silvia quien en todo momento de la prueba le puso a su asistencia “la garra charrúa” de los entrerrianos aunque sus denodados esfuerzos debo reconocer que estaban muy lejos de la perfección sincronizada de un equipo preparado y conformado por más de una persona. Silvia se manejaba a pie y hacía lo que podía, me acompañaba por momentos al trote y dependía de la solidaridad de algún vehículo, sea de la organización o de algún apoyo de los otros competidores, para movilizarse en trechos largos. De este modo, en los sectores habitados del camino aprovechaba para hacer alguna compra de comida y bebida para abastecerme.

En la Brasil 135 millas existen diferentes puntos de asistencia que a la vez son hitos en la prueba. La largada se realiza desde Sao Joao de Boa Vista. El primer punto importante como referencia de la carrera es sin dudas Aguas da Prata, porque se encuentra en el kilómetro 33 por lo que es próximo al sector donde se completa el primer maratón de la prueba (corresponde recordar que la BR135 consiste en correr 5 maratones de 42 kilómetros seguidas) A esa altura de la prueba ya el corredor debutante comienza a tener una idea más acabada de la dureza del circuito y de cómo responde su físico, organismo y especialmente, su mente.

Recuerdo que en ese primer tramo de la competencia ya se iban perfilando quiénes serían mis “compañeros” de ruta en diferentes tramos del recorrido: Carlos Días y Erisvaldo Paulino serían mis compañeros de ruta en buena parte de la travesía. El primero es un ultra corredor impresionante. Recorrió Brasil de punta a punta en una travesía en solitario y completó el circuito 4 Deserts ( Atacama, Sahara, Gobi y Antártida) entre varios desafíos. El segundo es un experimentado peregrino que completó el llamado «Camino de la Fe» que, precisamente, en una parte consiste en el recorrido de la BR135. Pero también compartí tramos del recorrido con Rodrigo Cerqueira, una gran persona con quien pude intercambiar varias impresiones gracias a su muy buen castellano. Sin olvidarme de Antonio Hummel, un personaje sin igual, un veterano peregrino (así se denomina a quienes recorrieron a pie el Camino de la Fé en la Sierra de la Mantiqueira imitando el Camino de Santiago de Compostela en España) y otro de los pioneros de esta carrera. A Hummel lo bauticé “el hombre de las bolsitas” porque tenía bolsitas de plástico para todo: Para llevar aparte en la mochila la ropa humedecida, para llevar la comida separada, para proteger la mochila de la lluvia, para proteger la cabeza de la lluvia y así para todo. Tampoco olvidaré el momento en que comenzó a llover fuertemente y sacó de su mochila nada menos que “un paraguas” que incluso compartió conmigo en algunos tramos de la marcha.

Un grupo de corredores norteamericanos, fuertemente preparados, había dicho presente en la Brazil 135: Raymond Sánchez, de origen mejicano, con el fuerte antecedente de ser protagonista en la Badwater, Jarom Thurston, un abonado a este evento, siempre principal animador y Jason Obirek al que seguí en varios sectores de la carrera. Los 3 completaron el recorrido con distintos resultados, pero en el caso de Sánchez y Obirek sintieron en gran medida la dureza del desafío y debieron jugar con sus límites para arribar a meta.

En mi caso, me había acomodado en el pelotón de retaguardia de la prueba y el calor combinado con las durísimas pendientes que no acababan nunca, estaban haciendo estragos en mi cuerpo hasta que, por milagro de la naturaleza, se desató una de las tantas fuertes lluvias que caracterizan el clima tropical de esta región del Brasil. Fue como revivir. A diferencia de otros corredores, no significa ninguna dificultad para mí desenvolverme en dichas condiciones climáticas aun cuando sea torrencial, tal como ocurrió en esta parte del circuito. Pero ni el infierno de la selva brasileña ni la lluvia torrencial después desatada ni las pendientes “come piernas” me privaron de admirar un paisaje de ensueño donde se combinaban de manera maravillosa las acuarelas del verde potente del abundante follaje con el intenso rojo de la tierra que transitábamos en buena parte del camino. A ese entorno natural se sumaban las iglesias que me sorprendían cada tanto en lugares perdidos en medio de los morros y la vegetación. Parecía que, además de un viaje en la dimensión espacio, también me había transportado en el tiempo reconociendo toda una arquitectura de la época de las colonias en cada una de esas bellas capillas.

Cuando arribo al segundo gran hito de la carrera, la Ciudad de Andradas, en el kilómetro 66, llevo ya varias horas de marcha y la noche comienza a marcar un importante descenso de temperatura, máxime considerando el temporal desatado horas atrás que determinó, entre otras cosas, el desvío de los corredores en una parte del circuito en que se había desbordado uno de los tantos ríos que atraviesan la región. A esta altura de la travesía decido tomar una sopa bien caliente, fundamental para entrar en calor y al mismo tiempo, recuperar las sales que había perdido. En todos los puntos estratégicos del evento se puede optar por descansar algunas horas en algún hotel u hospedaje de la localidad a la que arriban los corredores, pero los gastos corren por cuenta del propio competidor y su equipo. Por otro lado, esta estrategia no es conveniente para los participantes de ritmo más lento, como en mi caso, en que prefiero parar unos minutos para alimentarme bien, cambiarme la ropa mojada por una muda seca y continuar camino. Una mala estrategia de carrera en cuanto a los descansos y sus tiempos puede ser determinante para no poder arribar a meta dentro del tiempo oficial prestablecido por la organización, por aquel entonces, 60 horas.

La noche transcurre en un largo tramo hasta alcanzar otro de los puntos clave de la competencia, Serra dos Limas en el kilómetro 84 de la competencia. Es plena noche y me encuentro formando una tríada con los mencionados Erisvaldo Paulino y Carlos Días. Tenemos un ritmo de carrera similar y eso nos ayuda a sobrellevar mejor las largas horas nocturnas. El organizador de la prueba, Mario Lacerda, cada tanto pasa con su vehículo para alentar a los corredores. Cuando nos toca a nosotros recibir su apoyo, se forma un interesante duelo verbal entre Argentina y Brasil, lógicamente que sobre fútbol. Mario me grita a la distancia: “Pelé es melhor que Maradona” y yo le replico, también a la distancia: “Maradona es mejor que Pelé”. Este duelo se repetiría en cada visita del director de la carrera y terminó por convertirse en una risueña forma de comunicación entre nosotros y también para mitigar los rigores propios de la dura carrera. En Serra dos Limas decidimos descansar en la morada de un muy hospitalario anfitrión, Newton Lopes, otro brasilero muy interesado por intercambiar información relacionada con Argentina.

Cada tanto aparece mi esposa Silvia, siempre en algún vehículo producto de la solidaridad de los brasileños, trayendo bebida y comida, tal el caso de uno de los voluntarios de la organización, Glober Santos, un joven brasilero siempre muy dispuesto a tendernos una mano. Así, van transcurriendo los kilómetros, pasando por lugares como Crisólia en el Kilómetro 103 y Ouro Fino, en el 109. Son lugares con increíbles pendientes, muy escarpadas y pronunciadas que van quitando piernas a los corredores. En mi caso, siento que estas subidas no terminan nunca y cuando creo que viene una tregua, inmediatamente otra pendiente me está esperando a la vuelta de la esquina. Así, hasta llegar a otro de los puntos decisivos de la prueba, en la localidad de Inconfidentes, a la altura del kilómetro 117. Este lugar es importante por dos razones. Una, porque cuenta con una estación de servicio que en la parte superior posee habitaciones que, sin cargo, pueden ser ocupadas por los atletas para un reparador descanso. La otra, que a esta altura restan exactamente 100 kilómetros para finalizar la prueba y aquí el corredor ya tiene una idea más aproximada de sus reales posibilidades de completar la distancia total. Es como que empieza una nueva ultra de 100 kilómetros, con un plan de carrera diferente al realizado hasta ese momento; la mente dice en esta parte del circuito: “borrón y cuenta nueva”, hay que concentrarse en esta “otra ultramaratón” de una centena de kilómetros.

Cuando un corredor ya lleva sobre el lomo el duro trajín de 117 kilómetros de dura montaña selvática realmente prepara otra carrera, diferente a la que comenzó porque se trata de una prueba muy mental que cada vez deja más de lado el aspecto físico. Es más, necesita prescindir de lo corporal para no recibir con toda su intensidad los mensajes de agotamiento, dolor, cansancio, falta de sueño que el organismo repite una y otra vez en forma insistente. La mente del ultramaratonista aprende a “anestesiar” al cuerpo como una condición indispensable para poder sobrevivir a la dureza de la prueba, máxime cuando la misma se caracteriza por la agonía que significa enfrentar la cuantiosa cantidad de más de 200 kilómetros, interminables, como si el tiempo no transcurriera, como si el reloj se detuviera contemplando los padecimientos del corredor de ultrafondo.

Mientras tanto, en la punta, el invencible atleta local “Ligerinho” se perfila imparable hacia la Ciudad de Paraisópolis donde lo aguarda la ansiada meta. Todavía la Brazil 135 millas no contaba con un extranjero que pudiera derrotar a los fondistas locales de la talla del nombrado Ligeirinho, Aureo Adriano y Ariovaldo Branco (este último recibido de spartatleta) entre otros.

Regresando a mi carrera, ya durante el día, tras descansar una breve hora en Inconfidentes, continué avanzando kilómetros pasando por las Ciudades de Borda da Mata en el kilómetro 135 y Tocos de Moji, en el kilómetro 156. El calor nuevamente hacía estragos en nuestros cuerpos. Las impiadosas temperaturas húmedas del verano no nos daban tregua en ese segundo día de la prueba llegando a las primeras horas de la tarde como un punto difícil de superar. También encontramos partes del camino totalmente anegadas por la fuerte tormenta desatada el día anterior. Estábamos obligados a meter nuestras piernas en verdaderos lagos de fango que a veces se mezclaban con el estiércol de los cebúes, que son una de las principales fuentes de producción del Estado de Minas Gerais. Cuando lográbamos emerger de esa combinación de lodo y abono, era impresentable el estado de nuestras zapatillas que pesaban una tonelada hasta que lográbamos deshacernos de esa costra que se adhería al calzado.

Cuando arribé a la Ciudad de Estiba en el kilómetro 176 de la competencia realmente creía que podía completar la distancia. “Sólo” me separaba un maratón de 42 kilómetros de la línea de meta (la distancia recorrida ya equivalía a haber superado 4 maratones seguidas). Recuerdo que en esa localidad me recibieron los voluntarios y organizadores con gran júbilo. Para ellos, cada arribo de los corredores a los puestos de control era un gran motivo de celebración porque simbolizaba el ir superando de a poco los distintos desafíos que significaban cada tramo de la travesía. Pero algo pasó a medida que me iba acercando al punto llamado Consolacao ubicado en el kilómetro 196 de la prueba. Por un error de cálculo y de falta de conocimiento del circuito, creí haber llegado a esa localidad por lo que empecé a acelerar el ritmo de mi trote, es más, apuraba a mi esposa que me acompañaba en ese momento porque estaba convencido que estábamos muy cerca de la meta. Mi preocupación por acelerar radicaba en que contaba con poco margen para arribar a meta dentro del tiempo límite establecido. Luego, la desilusión: aun restaban casi 30 kilómetros para cruzar la línea de llegada. Ya no estaban mis compañeros de ruta, Erisvaldo Paulino y Carlos Días, que se me habían adelantado rumbo a meta. Estábamos solos en medio de una ruta desconocida Silvia y yo, que percatado del error de cálculo de la distancia, comenzaba a flaquear en mis fuerzas. Para colmo de males, no pudimos tener contacto en ese tramo con nadie de la organización que nos orientara sobre el tramo que restaba transitar.

Después de recorrer 205 kilómetros durante 2 días y noches, me detengo en plena carretera con mis piernas totalmente tiesas. En pocos minutos mi cuerpo no puede trasladarse más presa del agotamiento. La hipotermia me invade producto del extremo cansancio y el frío repentino del anochecer. Es el fin de mi esfuerzo. Me he derrumbado a las puertas del paraíso porque, paradójicamente, la llegada se encuentra en una Ciudad llamada «Paraisópolis».

Luego de semejante esfuerzo sin poder arribar a meta, lo primero que pensé es no volver a someter nunca más mi cuerpo a esa paliza. Sin embargo, no imaginaba todavía en ese momento de quiebre que al año siguiente regresaría para continuar con un proceso de 4 años que me permitiría alcanzar uno de los hitos más trascendentes de mi vida atlética. Ese final fallido a las puertas de Paraisópolis, lejos de ser el cierre, era el comienzo de una fuerte experiencia de vida en la que, a su término, tendría el placer de llevar en mi mente y corazón guardados como tesoros las inolvidables experiencias con corredores y personas singulares de las más variadas nacionalidades, culturas y credos, todo en medio de un paisaje de ensueño que, como un imán, me atraería año a año a correr agotando absolutamente todo mi ser en cada una de mis 4 participaciones.

Gonzalo junto a su esposa. Año 2008.

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Agradecemos a Gonzalo por compartir sus vivencias con nosotros y por colaborar para que espiritulibre.com.es siga vivo.

Por supuesto que esperamos por ese segundo capítulo.  

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