Por: Pablo Casal
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Para entender el porqué de la necesidad de tener y vivir aventuras, lo primero que debemos hacer es retroceder en el tiempo. Embarcarse en un viaje, un viaje mental que nos hará retroceder durante años y décadas. Cada uno de nosotros debe ir en busca de aquella primera aventura, cerrar los ojos e intentar descubrir cuál fue, buscar esas primeras sensaciones será vital para entender de qué estaremos hablamos a continuación.
En mi caso, tuve que retroceder en el tiempo casi tres décadas y volver hasta mi infancia. Estoy seguro que de pequeño viví muchas aventuras, pero lamentablemente no las recuerdo. Lo que si recuerdo, claramente, es mi primer sentimiento y las sensaciones de estar viviendo una. La emoción y la incertidumbre sobre que pasará más adelante. El no saber con seguridad que sucedería si tomaba el camino de la derecha y pasaba a la página 33 o si tomaba el camino de la izquierda y pasada a la página 20. ¿Saben de lo que estoy hablando?
Los libros de Elige tu propia aventura, fueron en mi infancia mis primeras aventuras, exactamente como en la portada de todos sus libros. Me parecían fascinantes y recuerdo que cuando elegía una opción que me conducía a la muerte, volvía hacia atrás y comenzaba un nuevo camino. Apuntaba todas las opciones posibles en una hoja, hasta conseguir leer todas las páginas y posibles finales del libro.
Aquellos fueron, genuinamente, mis primeros recuerdos y verdaderos sentimientos de aventuras. Esa emoción por saber qué va a sucedernos si tomamos uno u otro camino, el volver atrás y comenzar otra vez; revivir la historia pero tomando un camino distinto.
Ese sentimiento aventurero volvió a mi memoria, a mis recuerdos, algunos años después, pero esta vez no estaba leyendo un libro; estaba viendo una película.
Sin poder despegarme del televisor ni un milímetro, veía hipnotizado como un arqueólogo, con sombrero, chaqueta de cuero y látigo, se habría paso dentro de una tumba, esquivando trampas en busca de un tesoro perdido. Por supuesto que estoy hablando de “Indiana Jones” y para mí, ver esas pelis, eran verdaderas aventuras con todas las letras. La búsqueda del tesoro, los peligros y las trampas, analizar los mapas, jeroglíficos, pistas dejadas hace miles de años por esas civilizaciones antiguas y olvidadas. Todo me parecía fascinante y atrapante, de más está decir, que por aquellos años tenía claro lo que quería ser de mayor; arqueólogo como Indiana.
Esas son las primeras aventuras de las que estoy hablando y las vivía sin moverme de mi casa. Viendo la tele, dejando que mi imaginación volara y se metiera dentro de esas películas que tanto me gustaban. Siempre quise tenerlas y vivirlas como en las películas, como los chicos de Stand by me o los Goonies. Un grupo de amigos, un mapa del tesoro y un viaje a lo desconocido. Por suerte puedo decir que sí lo hice, tuve mis aventuras viajando al sur de Argentina con mis amigos, mochilas en la espalda, mapa en mano y a recorrer las montañas; recuerdos que por más que pasen los años nunca se olvidarán. Pero no siempre es necesario escalar montañas o sortear los peligros de la selva para vivirlas, como les contaba anteriormente.
Una de mis grandes aventuras fue hace muchos años y ni siquiera tuve que moverme de mi casa.
Allá por los primeros años de la década del noventa, mi hermano mayor estaba viviendo en el pequeño pueblo de San Martín de los Andes, en el sur de la Argentina. Cada tanto enviaba, por correo, una caja con ropa y cosas que ya no utilizaba para que mis padres se la guardaran hasta su regreso. Fue en una de esas cajas en donde encontré un libro, un libro viejo con la tapa muy gastada, casi ilegible y en un estado bastante derruido, pero en la primera página podía leerse claramente lo siguiente:
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El libro que encontré aquel verano de 1991 era El señor de los anillos, la comunidad del anillo. Ese libro destruido, en el fondo de aquella caja, representó para mí en aquel momento una total incógnita. A las pocas páginas me di cuenta de que iba a ser una gran aventura leerlo y no tardé demasiado en meterme de lleno en la historia, en ser uno más de esa Comunidad, vivir cada paso y emprender ese fantástico viaje hacia el monte del destino. La historia me atrapó tanto que faltando cinco páginas para terminarlo, me tomé un autobús hasta una librería y me senté en el portal hasta terminar de leer el libro. Después entré y compré los otros dos tomos de esta fantástica historia. No muchos libros tienen el poder de hacerte vivir una verdadera aventura al leerlos, pero sin dudas El señor de los anillos, fue algo realmente extraordinario y fantástico que marcó una parte de mi vida.
El tiempo siguió su curso y descubrí con el running una nueva forma de vivir aventuras. Correr me dio la excusa perfecta para conocer lugares nuevos, gente nueva y vivir experiencias que nunca antes había vivido. Y si esos no son los condimentos ideales, no sé cuáles lo serán. Debo, también, gran parte de lo que soy, al simple hecho de mover un pie delante del otro. Tengo el placer y la alegría de decir que en muchas de esas aventuras conocí gente que al día de hoy son grandes amigos y aunque con algunos de ellos nos separa un océano, igualmente los sigo acompañando en cada una de sus salidas.
A veces pienso en grandes corredores como Scott Jurek o Kilian Jornet, al leer sus libros o ver sus fotos y creo que ellos nos están mostrando el camino. Sin dudas nos están mandando un mensaje, estos grandes atletas son los nuevos exploradores del mundo. Igualmente sé que no hace falta ser Kilian y subir al Kilimanjaro o ser Jurek y correr la Western States para vivir aventuras.
Siempre debemos plantearnos la posibilidad de vivir una, aunque sea pequeñita. A veces el simple hecho de salir a entrenar se puede convertir en una. Algunos días antes de salir de casa a entrenar, podemos mirar google maps, buscar un parque o una zona que no conozcamos o por la cual nunca hayamos pasado, marcar la ruta en el móvil, mirar los kilómetros y a la aventura!
Seguramente que en algunas ocasiones tendremos que parar para sacar el móvil, mirar el mapa y volver a arrancar, pero creo que eso es lo lindo y lo divertido de recorrer lugares desconocidos. Puede ser un simple entrenamiento o puede ser algo más, lo que tú quieras que sea.
Pero también debo decir que tardé más de cinco años en encontrar esa forma de vivir aventuras. Comencé a correr hace más de una década pero no fue hasta que me vine a vivir a España que comprendí realmente lo que significa correr para mí.
Para explicarles esto debemos, una vez más, viajar al pasado y contarles sobre mis orígenes. Contarles que no tuve la suerte de nacer en un pueblo en la Sierra, en la montaña o en el sur de la Argentina. Nací y crecí en la ciudad de Quilmes. Una ciudad que alterna, como casi todas las grandes ciudades de Buenos Aires, barrios en donde no había problemas y otros por donde era mejor no pasar. Correr en una ciudad con estas características implicaba tener ciertas precauciones antes de salir a entrenar. Sabía por qué barrios y calles podía correr y cuales debía evitar. También sabía que no tenía que sacar el móvil en la calle y siempre debía estar atento a mis alrededores. Estos y demás “condimentos” hacían que el simple hecho de correr fuese un poco más complejo, sin dudas que era una aventura, pero no de las buenas.
Desde el primer momento supe que me gustaba correr, pero sinceramente no sabía el por qué. En mis primeros años pensaba que la velocidad era lo que más me gustaba, correr rápido es una sensación extraordinaria y adictiva. Pero pasado el tiempo esa emoción fue desapareciendo y me volqué en los kilómetros. Corrí maratones y carreras de ultrafondo de pista&carretera en donde hice muchos amigos que conservo hasta el día de hoy. Me parecía fascinante el poder correr durante horas y horas, aunque lo que más recuerdo de aquellos años no eran las carreras ni los resultados. Lo que más recuerdo de esos años corriendo en Argentina eran los viajes con mis amigos, la cena previa al día de carrera y lo divertido que eran esas aventuras. Pero debo confesar que cuando volvía a mi ciudad, todos aquellos malos “condimentos” que condicionaban mi día a día entrenando, lamentablemente, volvían a aparecer.
Los años pasaron, llegué a España y pude quitarme todos esos fantasmas de mi mente para, solamente, dedicarme a correr y disfrutar de los alrededores sin pensar en que podría pasarme algo malo. Aquí comencé a comprender porque me gustaba en realidad correr y lo que significaba para mí en esencia.
Correr es el medio por el cual, cada vez que salgo de mi casa, puedo vivir una aventura.
Por una vida llena de aventuras, por sentir esa emoción, esa incógnita al tomar un nuevo camino o descubrir un nuevo sendero. Por vivir una vida distinta en cada una de ellas, ya sea leyendo libros, viendo películas, corriendo o simplemente caminando por calles desconocidas.