Por: Pablo Casal
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Corremos para ser libres y dentro de esa libertad estamos encerrados, vemos la vida en donde la respiración se une al pisar de nuestros pies formando un ritmo hipnótico y a la vez adictivo. Ese mismo ritmo con el que nos vamos a dormir, soñamos y nos despertamos.
Como un eco lejano retumbando en el sin fin de nuestra memoria, un golpe suave y tierno que para nosotros siempre está presente, siempre escuchamos su eco. Lo vemos galopar a lo lejos, libre en la llanura de nuestros pensamientos; un eco indomable.
Como aquella vieja canción que siempre recordamos, esas primeras notas de la guitarra, el momento exacto en que el bajo comienza a sonar, el sonido rítmico de la batería, todo se une y forma una ola que nos transporta; esa vieja canción nos trae recuerdos que nos hacen viajar lejos, muy lejos, hasta el borde mismo de la imaginación. Eso es lo que sentimos cuando corremos, las pisadas en la tierra, como se mueven las piernas al compás de la respiración, el movimiento de nuestros brazos, todo es uno, todo es canción.
Pensamos en todo y a la vez en nada, esa nada que muchos buscan sin parar, la mágica nada que todo lo consume, que nada le importa. La nada misma guía nuestros pasos, uno detrás del otro, sin cesar, sin aumentar o bajar el ritmo, un ritmo claustrofóbico que sólo nosotros entendemos. Un ritmo que aprendimos a amar por encima de todo, por encima de las arenas y los caminos, ese ritmo nos pertenece y lo necesitamos, él lo sabe y nosotros también.
Muchas veces nos gustaría detenernos, quisiéramos parar de correr, en este mismo momento lo pensamos, dejarlo del todo y olvidarlo en algún cajón. Pero cada vez que lo pensamos, aquel viejo y conocido eco vuelve a hacerse presente, comienza imperceptible, como un mar distante en la oscuridad, pero nosotros ya sabemos en lo que se convertirá. El eco crecerá cada vez más, sus olas se harán más grandes y el ruido al romper en nuestras cabezas se volverá insoportable; esas olas nos acabarán arrastrando.
Mientras más tiempo pasamos sin correr, más crece el ruido, hasta el punto en que se vuelve insoportable. Y sabemos, también, lo que vendrá después, todo comenzará a derrumbarse, el mar todo lo tragará, parte a parte iremos desapareciendo. Nuestra mente estará completamente entregada a ese eco infernal, a esas olas que azotarán nuestras cabezas. La mente quiere que corramos, el cuerpo quiere que corramos, que salgamos a la calle, sin importar hacia dónde, sin importar por cuánto tiempo.
Somos presa fácil, ni siquiera intentamos luchar, ya hemos perdido miles de batallas. Jugamos el juego sabiendo ya el resultado, vamos a perder, vamos a salir a correr y la sensación al hacerlo será maravillosa.
Así vivimos nosotros, entre olas y ecos, dentro de un mar agitado que siempre canta la misma canción. Correr es nuestra bendición y nuestra maldición.